¿De qué hablamos cuando decimos “sexualidad”?

Bajo esta premisa se sostiene que la sexualidad está determinada por la biología, y que la
cultura lo que hace, es luchar por reprimir o canalizar esa fuerza avasalladora, definiendo
y transmitiendo qué es lo social
mente aceptable en materia de prácticas sexuales.
Asume que existe una sexualidad dicotómica, femenina y masculina, las cuales se piensan
como complementarias entre sí, y otorga a la función reproductiva un lugar primordial en
la sexualidad, lo cual restringe a la heterosexualidad como única manera legítima y
posible de vivir la sexualidad.
Tendríamos que pensar, entonces, que la sexualidad es única y universal, sin embargo
¿cómo comprender la diversidad histórica y cultural de la experiencia sexual? ¿Cómo
entender, por ejemplo, que en otros tiempos y culturas la homosexualidad no haya sido
una práctica sancionada, sino permitida y legitimada en determinados contextos? ¿Cómo
dar cuenta de la sexualidad que no tiene por destino la procreación, sino el placer? ¿Cómo
explicarnos los cambios que ahora mismo se están produciendo en nuestra sociedad en
materia de normas respecto de la sexualidad?
Construcción social de la sexualidad
En contraste con esta perspectiva, a la que llamamos esencialista, proponemos pensar la
sexualidad desde una perspectiva construccionista. Desde ella entendemos que todos los
elementos constitutivos de la sexualidad humana, sus posibilidades eróticas, su capacidad
de ternura, intimidad y placer tienen su origen en el cuerpo o en la mente del individuo.
Sin embargo, estas posibilidades nunca pueden ser expresadas espontáneamente, ya que
el comportamiento sexual es un comportamiento social; producto de nuestras relaciones
sociales, mucho más que una consecuencia universal de nuestra biología común.
La sexualidad es, entonces, un hecho cultural y social; y también histórico, ya que se
transforma junto con las transformaciones que ocurren en la sociedad.
Desde esta perspectiva, la sociedad no es pensada como un medio represivo, en el que
aprendemos formas civilizadas de vivir y convivir en la sexualidad, sino que es el lugar
donde se produce la sexualidad. Esto quiere decir, que si bien es cierto el sexo tiene un
fundamento biológico, la forma en que se vive y se representa social mente la sexualidad
es el resultado, entre otras, de las relaciones de poder existentes en la sociedad,
especialmente las de género, las económicas, las étnicas y las generacionales.
El concepto de género
Nos interesan especialmente los modos de vinculación de la sexualidad con el género. La
palabra género, en su uso convencional, nos dice si alguien es hombre o mujer. Pero esto
es más complejo de lo que parece.
El uso moderno del término género refiere no solo a cuestiones de identidad – ser hombre
y ser mujer – sino a las relaciones entre hombres y mujeres, como también a las
relaciones que se dan entre hombres y entre mujeres. Más que ver la biología de hombres
y mujeres como fuente y origen del género, el género es visto como una estructura social
y como un conjunto de relaciones sociales en las que la masculinidad y la feminidad se
producen.
El género, entonces, corresponde al modo en que cada cultura define los roles, las
funciones y las identidades asociadas a lo femenino y lo masculino, a través de símbolos,
normas e instituciones, de manera tal que parecen ser naturales e inmutables. Por
ejemplo: dada la capacidad biológica de las mujeres para concebir, dar a luz y amamantar,
la sociedad les impone como mandato la maternidad, la crianza de los hijos o el cuidado
de los enfermos.
El concepto de género nos permite observar las relaciones (de poder) existentes entre lo
masculino y lo femenino. Históricamente, estas han estado marcadas por la desigualdad y
la subordinación. Hoy en día, estas relaciones están en proceso de reconfiguración, de la
mano de un conjunto de transformaciones sociales y del surgimiento de múltiples
movimientos sociales, entre ellos también movimientos de mujeres que cuestionan el
ordenamiento de género tradicional.
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